martes, 12 de mayo de 2009

De maternidad y lecturas

Toda mi vida he leído, aun cuando no sabía leer.
Leía desde que recuerdo, tomaba el periódico y como no sabía leer aún, solo inventaba lo que decía, y lo hacía en voz alta, moviendo la cabeza, como si de verdad leyera. Años después lo repetí, muchos años después, en una clase del bachillerato habían dejado de tarea investigar un concepto, la profesora empezó a preguntar y nadie lo había investigado, nadie podía decir algo sobre el tema, entonces, muy confiada, me señaló pensando en que yo era una chica lo suficientemente aplicada y era su oportunidad quizás para dejarme en mal, pero muy seria, tomé mi libreta, me puse de pie como solía hacerlo al participar en su clase, y empecé a "leer" el concepto, movía la cabeza, pasando cuidadosamente cada línea, sin titubear, y al final por supuesto di mi fuente bibliográfica: el Tomo V de la Enciclopedia Juvenil Grolier, página 998. Jamás lo olvidé. Por supuesto, mi libreta estaba en blanco, nunca me he atrevido a investigar que hay en esa página de la enciclopedia, seguramente porque el tomo V ni siquiera contiene dicho número de página. Pero yo obtuve ese día, dos puntos extras y la fé ciega de mis amigas, que obviamente sabían que yo no llevaba la tarea, porque me la habían pedido minutos antes. Y desde entonces nunca dudaron de mí, pues el concepto había sido tan claro, tan preciso y tan veraz, que nunca nadie dudó de éste.
Pues bien, siempre he leído.
Cuando sólo tenia novio, leí muchas cosas, sola en la biblioteca pasaba horas leyendo novelas, con él leía sobre las materias que llevábamos, de administración, y no sé cuántas cosas más. Leía también poemas de Jaime Sabines.
Cuando me embaracé tuve demasiado tiempo de leer, leía y releía sobre el crecimiento y desarrollo fetal, y desde las primeras cosquillas que sentí en el vientre, leíamos todas las noches en voz alta, alternando un párrafo él y otro yo, Cien años de soledad. Sí, mi hija fue creciendo dentro de mí, escuchando la inagotable imaginación de García Márquez, lo cual es una verdadera delicia en mi opinión.
Cuando nació y pasaba horas enteras durmiendo, yo leía poesías y ensayos, leía a Octavio Paz, también releí cuanto libro encontré en casa de mi madre, y al final, desesperada por no tener nada nuevo, leí pedazos de la Biblia. Historias interesantes, me dije.
Ahora ella tiene dos años, y claro, tiene tantos libros como nos es posible, y ahora le encanta que leamos para ella, cuentos de princesas, de niñas que tienen tres pies, de niños que exploran y aman los animales, cuentos de osos flojos, o libros de Mickey Mouse. Y cuando aún tengo aliento y me permite elegir, me gusta leerle a Jaime Sabines y su recuento de poemas, a Octavio Paz y su piedra de sol, o simplemente lo que escribe su madre, con todo el cariño que tiene dentro de sí.
Siempre he leído y si hay algo que ahora me hace muy feliz (y puede arrancarme incluso las lágrimas) es ver a mi hija inventando que lee sus libros en voz alta con palabras que desconozco o que empieza a pronunciar claramente, mientras estoy en la cocina preparando la comida. Sí, eso es algo que me hace enteramente feliz.

jueves, 7 de mayo de 2009

Cuentos de mermelada de fresa

Cuando iba a la primaria escribía muchos cuentos, cuentos sobre niños que encontraban perros y los adoptaban, niños que comían muchos dulces comprados con mucho dinero que habían encontrado en la calle, y cosas así. Cuando iba en la secundaria escribía extensas cartas dirigidas a un megalómano paranoico que me permitía expresar mis tendencias suicidas. Cuando fui al bachillerato, escribí cientos de cariñosas cartas dirigidas a dos amigos, donde les explicaba siempre la facilidad con la que podían resolver sus sufridas cuestiones de amor, siempre diciéndoles que dijeran cuanto sentían pues nadie se los iba a comer. Y escribí también historias.
Recuerdo que una de esas historias trataba sobre una chica que amaba la mermelada de fresa sobre cualquier cosa en el mundo, anoche la recordé porque cenamos unos deliciosos hot cakes con mermelada de fresa precisamente. Así, hoy hice un poco de memoria tratando de descifrar el final que le había dado a la chica, pero no encontré en mi vasto arsenal de recuerdos ese final. Seguiré buscando, y cuando esté listo, seguramente que lo escribiré contenta de compartirlo con alguien más. Porque a pesar de ser una lista ligeramente extensa de historias la que escribí, casi nunca compartí ninguna, con nadie...podría decir cualquier pretexto pero muy en el fondo, sé que no las compartí porque hasta entonces no conocía a nadie capaz de soportarme.